Muchas veces parece que tenemos un interruptor en la cabeza. En el momento en que una emoción desagradable o un recuerdo doloroso aparece, es como si este interruptor se encendiera y empezáramos a luchar contra él.
Por ejemplo, supongamos que surge la ansiedad, una emoción muy común y molesta que todos experimentamos. La ansiedad se presenta, el interruptor se enciende y pienso:
“¡Tengo ansiedad! No me gusta la ansiedad. ¡Quiero que se vaya esta ansiedad!”
Ahora tengo ansiedad pensando en la propia ansiedad, así que va creciendo. Con el interruptor encendido, ahora me digo a mí mismo:
“¡Mi ansiedad está subiendo! ¿Cómo puedo deshacerme de ella? ¡Tengo aún más ansiedad!”
Más tarde, tal vez me enfade por tener ansiedad:
“¿Por qué sigo estando ansioso? ¡Odio esta ansiedad!”
Después, puedo empezar a sentirme triste por estar enfadado:
“¡Qué desastre! Mi vida no vale nada”.
Luego, podría sentirme culpable por mi tristeza ya que estoy enfadado:
“¿Cómo puedo ser tan egoísta cuando hay niños que se mueren de hambre en África?”
Mis emociones se amplifican cuando mi interruptor está encendido. Siento culpabilidad por mi tristeza por mi enfado por mi ansiedad por estar ansioso. Esa amplificación de las emociones les da más poder sobre mi vida. Esto me hace sentir exhausto y agobiado.